domingo, mayo 28, 2006

Comunión

Si hace unos posts os comentaba que no pensaba asistir a ningún evento familiar, hube de hacer una excepción para confirmar la regla: el domingo pasado nos fuimos de comunión.
Era a las once y media en Barcelona. Cogimos el tren y llegamos en punto pero como la iglesia estaba hasta la bandera (por no decir hasta el culo) y en la calle no había que aguantar a ningún coñazo de cura, pues nos quedamos allí. Había sombrita, así que no pasamos mucho calor.
Había parte de mi familia de la que es mejor no saber nada. Acabó la ceremonia con la mitad de os invitados a todas las comuniones que allí se celebraban en la calle. Los niños pequeños son una excusa genial para no quedarte dentro de la iglesia. Todo dios estaba fuera. Fuimos al hotel donde se hizo el banquete y por suerte nos tocó una mesa relativamente normal.
Mi hermana no tuvo tanta suerte. Le tocó con mis abuelos, mi tía y dos hermanas de mi abuela. La una es una cotorra que no calla ni bajo el agua y sabe de todo; y la otra tiene ochenta y seis años, ha sufrido mucho en esta vida y está ida de la olla.
Nos pusieron de primero ensalada de marisco con salsa a la vinagreta. Cuando fueron a retirar los platos, la señora ésta se había metido en el bolso TODOS los panecillos de su mesa y cuando vino el camarero a recogerle el plato no lo soltaba porque decía que no le iban a dar más comida. Entre todos los de la mesa la convencieron que luego venía la carne.
Un plato de carne exquisito. Con una salsita para morirse (no en vano era un hotel de cuatro estrellas). Cuando iban a retirar los platos, mi tía abuela le dijo al camarero que todo lo que sobrase de la mesa que se lo pusiera en un papel de plata que se lo llevaba ella a su casa, lo picaba y se lo comía para cenar. Los camareros flipaban y en su mesa ya no sabían como ponerse de la verguenza (ajena, por supuesto, pero verguenza).
El pastel: ahí ya no perdonó. Se dedicó a mirar mal a todos los de la mesa porque se comieron sus respectivos trozos de pastel y no le dejaron ninguno para llevárselo a casa para ella.
Y no faltó el dardo envenenado para servidora: "oye, como es que tú, que no vas nunca a una reunión ni un cumpleaños, has venido a tí que ni siquiera eres madrina ni nada de la criatura". Me levanté y me largué dejando a la de la pregunta toda sonriente como si hubiera triunfado... me parece que en la celebración del ochenta cumpleaños de mi abuela, haremos el encargo que nos han pedido, pero no iré, sólo por joder. Nadie tiene por qué decirme a donde y a donde no he de ir.

1 Comments:

Blogger Meg said...

Tía, no, al 80 cumple de tu abuela no faltes sólo por joder a tu tía... Que la que lo paga es tu abuela, que seguro que quiere verte allí.

Yo recuerdo el 80 cumpleaños de una tía abuela (que hace unos dulces divinos). Ganas no tenía de ir ningunas. Y, atención, caí enfrente de la sobrina de su hija y su esposo, a cual más gilipollas de los dos, nos dieron la comida a mi hermana y a mí, así que en cuanto pude, me escaquequé de mi sitio y me fui a hacerle monerías a mi tía abuela, que se fue encantada con ver a toda la familia reunida en torno a ella. Eso es lo que importa, que la protagonista de la fiesta lo pase bien y se sienta querida.

7:50 p. m.  

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