El gallo

Hace unos cuatro años, después de una de las últimas comidas de Navidad que pasé con mi familia materna, sucedió algo que viene a demostrar la cabezonería o tozudez del ser humano.

Como es costumbre, una vez acabada la comida, nos trasladábamos todos a casa de mi abuela. De allí, mi padre nos bajó a Chiringui y a mí a nuestro pisito. No sé por qué nos acompañó un trozo y hete aquí que, en plena calle de una ciudad (le llaman ciudad pero sigue siendo pueblo), nos encontramos con un hermoso gallo como el del cuadro parado en la acera de enfrente observando las casas unifamiliares. Al lado de nosotros tres habían dos abuelitos que miraban también al animal porque es curioso encontrarte con algo así hoy en día en una calle transitada.

En esas que mi padre, que por aquel entonces contaba sesenta y un años y está fastidiado de los pulmones; se le metió en la cabeza que iba a pillar al gallo... y echa a correr en dirección a él. El bicho, en cuanto lo vio llegar, salió pitando por la otra avenida. Era un espectáculo ver correr al gallo y a mi padre detrás. El animal parecía el Fernando Alonso de las aves de corral y mi padre el coyote detrás de correcaminos. Nosotros dos nos quedamos boquiabiertos al ver las carreras que se estaban pegando animal y hombre; pero los comentarios de los dos abuelos eran la leche:

- Sí, hombre sí, corre a ver si lo pillas...
- Que lo vas a coger por los cojones...
- ¿En serio se cree que va a pillar al animal?

Total, los abuelos alucinando con las carreras, mi padre erre que erre detrás del bicho y Chiringui y yo aguantándonos mutuamente porque nos caíamos al suelo a carcajadas. Al cabo de unos cinco minutos, el gallo se perdió en la lejanía mientras mi padre volvía exhausto y respirando con dificultad. No comentó nada, porque como tiene muy mal perder no le gustó admitir que el ave le había ganado; así que lo acompañamos al coche. Apenas pudimos llegar a casa de la risa.

Feliz fin de semana.